Los lazos de amistad se potencian recíprocamente. La realidad de la amistad es dual, se basa en la mutua confianza. La amistad necesita crecer mutuamente y descubrir en ella sus valores y también sus deficiencias. La amistad no origina simpatía hacia la persona sino empatía: capacidad para comprender y para compartir alegrías y tristezas. En la amistad buscamos la ayuda incondicional, nos apoyamos con los amigos para pasar mejor las tristezas, duplicar las alegrías y dividir las angustias.

El buen amigo no anula al otro sino que lo potencia, es su compañero y un facilitador de sus muchas posibilidades. Sufre cuando tu sufres y se alegra cuando tu te alegras. No es envidioso, ni prepotente ni se aprovecha de ti. La amistad no se impone, ni se programa, como todo en la vida requiere de un esfuerzo para conseguirlo y lo más importante es poner los medios para lograrlo y mantenerlo. La amistad abarca la lealtad y confidencialidad. La sinceridad, la generosidad, la comprensión, el afecto mutuo son pilares fundamentales sobre los que se construye una amistad.